martes

Lo fluidos.

Costaba acostumbrase.
Pocas veces tenía la ocasión de estar con una compañía tan agradable como con la que ahora disfrutaba. Y aunque se sentía desplazado por el tema, intentaba no perder el hilo de la conversación. La mayoría de las veces no sabía de lo que estaban hablando. Y para no parecer un imbécil, mejor callaba, pero el asentir de vez en cuando le delataba.
No sabía de lo que estaban hablando.
No le interesaba.

El último libro de un cocinero de palabras mágicas aderezado con zumo de cebada fermentada, nicotina, palabras rebuscadas y alguna sonrisa de ser supremo entre frase y frase de un te acuerdas cuando... No conozco a ese tío.

Podía ver entre el cabello el lóbulo de su oreja, en la penumbra, y solo imaginaba si al acercarse a el y susurrar, haría algún efecto mágico. Se imaginaba escuchando las olas del mar si pegaba su oído al suyo como a una caracola. El mar. La marea. Arrastra hacía su interior lo que está en la orilla y expulsa a la arena inerte lo que ya está en él muerto. Se dejaba llevar por las olas donde le llevarían hacía dentro... Donde no se hace pie y hundirse. Ya lo expulsaría cuando estuviera muerto.

Despierta.

La conversación se había parado. Su estado de trance imaginario le había hecho más perceptible que su intento por seguir las palabras que cada uno decía en un idioma totalmente diferente al suyo.

Vamos al baño un momento, ¿vigilas las cosas?
La sonrisa con la que dijo esas palabras le atravesaron el orgullo pero aceptó.

Aún no se habían levantado cuando él ya estaba pensando en el mar, las olas, la marea... Pasó velozmente del lóbulo a la mejilla. La arena quemaba por el calor del sol. Rozó la arena. Ardía. Buscaba un sitio donde descansar. Quería besarla. Pero ella no estaba.

Abrió los ojos y vió el vaso de donde ella bebía y acercó la mano lentamente. Miraba hacía la puerta. No vienen. Entre giro y giro de cabeza se hizo con el. Lo cogió con las dos manos y miró su contenido. Se lo acercó al pecho sin apartar la vista de aquel fluido del interior. Había marea. El oleaje era fuerte. La espuma saltaba por el muelle circular. Lo levantó poco a poco y bebió un sorbo. Pequeño. No quería delatarse. Estaba saboreando el mar, su espuma y sus labios.

Bajó torpemente el vaso y lo dejó donde estaba.

Miró de nuevo hacia la puerta y no venían aún. Mejor. Mientras él se había bañado en el mar ellos estaban haciendo puntería con sus fluidos en un retrete lleno de más fluidos de más gente tan desgraciados como ellos porque no sabían lo que era bañarse en el mar.

¿Despierta?, eso le habían dicho. Ahora había despertado. Cambió los vasos de los otros contertulios del programa sobre el chef de moda y mientras miraba de reojo la puerta, puso a cada uno el vaso del otro. Casi se muere de ganas de escupir dentro, pero se conformó pasando el dedo por el borde de los vasos imaginando que vertía en ellos una pócima letal.

Oyó pasos.
¿Ya has despertado?

Debería haber escupido. Pero entonces los fluidos se habrían movido hacia ellos también, y con el mar, la espuma de las olas y sus labios…

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