martes

Rutina.

Una mañana despejada, bastante soleada y calurosa para las fechas en las que estaba, entra en una cafetería céntrica de la ciudad con el único propósito de leer tranquilamente el periódico y tomar un café.

Se sienta justamente en la parte de la barra que hace esquina. Allí tenía mejor visión de la camarera con sus idas y venidas a la caja, de parte a parte.
Buenos días. – Dijo educadamente con voz profundamente vergonzosa. - ¿Un cortado con leche natural?
Enseguida. – Le dijo la camarera.
La muchacha pasaba rápidamente de una esquina a otra de la barra mientras asentía con su cabeza y contestaba mirando de reojo al cliente. Era una chica joven, morena, vestida con ropa informal que dejaba al descubierto un magnífico ombligo. Él hacía su pedido mientras sus ojos recorrían su mirada retraída y su ombligo.
Era la primera sensación de vida en la mañana.
Pasaron más de cinco minutos hasta que obtuvo su cortado, pero le daba igual porque se había deleitado con el trasiego de la muchacha con el ir y venir por la barra.
Aquí tiene. – Le dijo la camarera con una amplia sonrisa.
Gracias. – Respondió él agradeciendo más su tardanza que su efectividad.
Tenía el dinero preparado en un bolsillo de la chaqueta, pero prefería esperar a acabar para volverla a ver de nuevo tan de cerca.
Era como su última vez.
O como la primera.

Hacía apenas una hora que se había levantado. Hacía mucho tiempo que no se levantaba a esas horas. Normalmente se levantaba más pronto. Pero de repente había decidido levantarse más tarde y hacer un poco de vida. Vida social, así lo llamaba él. Vida de calle, vida normal. Vida de ir y venir. Tomar un café de vez en cuando fuera de casa. Salir de la rutina, o convertir esa escapada en una nueva rutina. Rutina. Todo se resumía en eso.
Maldita rutina.
La rutina había hecho que esa mañana decidiera levantarse más tarde, salir de casa, comprar el periódico, y leerlo en una cafetería.
Romper la rutina.

Era muy simple. Levantarse al primer toque del despertador, vestirse con el pantalón del pijama de hace años, una camiseta vieja, unas zapatillas de andar por casa que le había regalado su madre, y bajar a prepararse el café.
Mientras se calentaba la cafetera le daba tiempo a pasar por el baño y adecentarse un poco.
Pero hoy iba a ser especial.
Él lo había decidido. Pero no sabía que iba a ser más especial de lo que imaginaba.
Un cambio tan pequeño como la hora de levantarse era ya un logro en su vida. Salir de casa a los veinte minutos de levantarse era ya una odisea. Tomar un café en un sitio abarrotado de gente era ya impensable.

Salió de casa tras tomarse un café solo. Solo.
No lo tomaba con azúcar, pero no por eso era más solo.
La soledad le acompañaba durante toda su jornada. Durante su rutina.
Maldita rutina.
Lo tenía todo vagamente planeado. Era de esas personas que piensan que si planeas algo va a salir mal. Así que había planeado algo simple. Salir por la mañana, tomar un café en un sitio y leer el periódico. Simple.
Caminó durante unos diez minutos hasta el centro. Fue directo a un quiosco de prensa y compró el periódico que más le gustó. Al lado había una cafetería. Allí entró.
Se adentró medio cabizbajo entre la muchedumbre. Le daba respeto, pero se armó de valor y se dirigió a la parte que le parecía más perfecta para pasar un rato agradable.
Realmente era el único hueco que estaba vacío.
Luego, más tarde, dio gracias por ese hueco.

Aún tenía el formidable ombligo de la joven camarera en su mente pero tenía otras cosas que hacer. Tenía que cambiar algo en su vida. Tenía que tomarse ese cortado con leche natural y leer el periódico. Se obligó a evadirse de pensamientos lascivos y hundió su cabeza en los textos incomprensibles del periódico.
Se encendió un cigarrillo, y alternaba pequeñas caladas con pequeños sorbos del cortado. No tenía prisa. Así pasó más de veinte minutos hasta que se dio cuenta que el cortado estaba demasiado frío.
Debería haberlo pedido caliente. – Murmuró.
Lo acabó de un sorbo y levantó la vista buscando el ombligo de la camarera. No encontraba ese ombligo pero se dio cuenta que tenía una persona a su lado. Una persona que la espiaba.
Se sintió un poco intimidado en un principio, pero fue capaz de levantar un poco la cabeza para ver quién estaba observando sus movimientos. Lo hizo tímidamente.
Rápidamente volvió la cabeza hacía el periódico.
Era una mujer.
Unas eternas milésimas de segundos le dieron tiempo para reaccionar. Para decidir.
Volvió la cabeza hacia la mujer pero esta vez mirándola a los ojos mientras sostenía la página derecha del periódico medio levantada.
¿Le molesta si paso la página? – Le preguntó cortésmente.
No… No, tranquilo. – Le respondió ella mientras carraspeaba un poco.
En esas milésimas de segundo él se había dado cuenta que aquella mujer estaba leyendo su periódico por encima de su hombro. En esas milésimas de segundo había pensado muchas cosas. En esas milésimas de segundo el ombligo de la joven camarera estaba a su lado. Junto a él. Espiándole. Observándole.

No se preocupe, no tengo prisa. Puede leer el periódico. No me molesta. – Le respondió intentado quitar importancia al asunto con tono desinteresado.
No si solo releía un poco los titulares… – Le contestó ella con poco interés.
Eso parecía.
Él pasó a la página siguiente lentamente mientras seguía de reojo la mirada de su fortuita invitada.
¿Qué periódico lees? – Le preguntó de pronto.
¡Ésta no ha leído muchos periódicos! – Pensó en una fracción de segundo.
O… ¿no está leyendo el periódico? – Casi concluyó mentalmente.
No le salió ninguna palabra. Le señaló con el índice la parte superior izquierda del periódico donde ponía claramente de que periódico se trataba. Este instante le sirvió para coger fuerzas.
Si… Si, lo conozco. – Dijo ella un poco avergonzada.
Si… Es el más a la izquierda leible que hay a la venta. No es tan de izquierdas como a mi me gustaría, pero no está mal del todo. – Se atrevió a decirle.
Un “ajá” es lo único que fue capaz de contestar ella.
Él creyó que sus inclinaciones políticas la habían asustado al ver su pobre reacción. Tampoco pasaba nada. No había planeado nada. Todo lo que se saliera del plan tan simple que había trazado resultaba perfecto, tremendamente perfecto.

Pasaron unos segundos hasta que él respiró hondo como si fuera a zambullirse para conseguir algún tipo de record mundial. Era un record para él el tener una conversación con una extraña. Aunque fuera tan banal como esta.
Si quieres… – Tomándose las mismas confianzas que ella había tomado anteriormente.
Si quieres podemos pedir otro café y sentarnos a leer el periódico juntos. O lo que quieras. – Terminó ya tímidamente.
No quiero molestarte. – Le contestó ella muy amablemente.
Ya estaba todo apostado. Ya se había decidido sin decidir nada. Solo le había hecho falta una bocanada de aire para decir aquellas palabras que le parecieron mágicas.
No, no es molestia. Ya te he dicho que no tengo prisa. – Dijo, intentando parecer un poco desinteresado.
Él sentía un temblor que le recorría todo el cuerpo. Era todo un logro decirle eso a una mujer. Pero había fluido. Ese es el secreto. Dejar fluir. No hay que buscar, ni planear, ni esperar.
Tan solo fluye sin más.

¿Nos sentamos allí? – Le preguntó ella mientras señalaba una mesa vacía al lado de una ventana que daba a una de las calles principales.
Me… me parece perfecto. – Tartamudeó mientras recogía el periódico y el paquete de tabaco.
¿Qué vas a tomar? – Le preguntó a su invitada.
Un cortado con la leche natural. – Le respondió ella mientras se acomodaba en el asiento.
Perfecto… - Pensó él sin poder esconder una sonrisa mientras asentía levemente con la cabeza.
Dejó el periódico en la mesa y el paquete de tabaco junto a el. Cubrió una silla con su chaqueta y se dirigió hacía la barra a pedir, esta vez, dos cortados con leche natural.
No tuvo que esperar ni dos segundos para que la camarera se le acercara a ver que quería. El le miraba ese ombligo que le parecía tan espectacular y le costó levantar su mirada hacía sus ojos para hablarle.
La joven camarera se le acercaba sonriendo más porque sabía que su ombligo era fenómeno de culto que por su simpatía.
¿Qué desea ahora? – Le dijo la camarera.
Él no pudo esconder un pequeño resoplido mientras recorría la mirada desde su ombligo hasta sus ojos.
¿Qué deseo? – Pensó…
Dos cortados con leche natural, y toma, cóbrate los tres. – Vamos a pasar de ese ombligo.
Última mirada a esa maravilla mientras busca en la cartera.
Yo se los llevo. – Le dijo la camarera guiñándole un ojo.
Él describió como respuesta la sonrisa más tonta que se puede dar.
Gracias. – Le dijo mientas se daba la vuelta intentando aparentar tranquilidad y apretando los papelitos que le sobresalían de la cartera.

Se sentó justo al lado de su invitada de lectura. Uno al lado del otro compartiendo una mesa montada para seis personas. Tenían que tener espacio para compartir el periódico.
Ella le había hecho una seña para que lo hiciera así.
La chaqueta la había colgado en el lado contrario. Quedaba frente a ellos.
Al momento de sentarse llegaba la camarera con los dos cortados.
Le pilló desprevenido. En esos momentos estaba descubriendo a la mujer que tenía a su derecha.
Gracias. – Dijo ella.
La joven camarera le dedicó una mirada a su acompañante como si evaluara de alguna manera aquella compañía mientras los dejaba encima de la mesa. ¿La nota? No creo que hubiera. Ella necesitaba que él le dedicara otra mirada a su maravilloso ombligo.
Se retiró visiblemente defraudada. No es que él le gustara. Pero a ella le gustaba que la admiraran.

Todo plan es simple.
Hasta que se complica.

Espero que no te haya molestado que te dijera que soy de izquierdas.
No, claro que no. No me ha molestado nada. – Le dijo en tono tranquilizador.
Nada… resonaba como un eco en su cabeza. No le ha molestado nada.
Bueno, es que tampoco sabía que decirte. – Le dijo con una sonrisa nerviosa.
Ella le sonrió y se quedó mirándole durante un segundo mientras se acariciaba suavemente el cabello y ladeaba su cabeza.
El aprovechó ese segundo para observarla. Para ver si había algo que realmente podía atraerle.
Realmente le atraía.

Ahora, que la tenía al lado, cara a cara, no podía apartar sus ojos de los de ella. Tenía unos ojos marrones, nada especiales, pero las pequeñas bolsas debajo de los ojos los hacían muy atractivos. No eran unas ojeras de cansancio. Eran ese tipo de bolsas carnosas, lo suficientemente perceptibles que tienen pocas mujeres. Esas que hacen que una mirada sea especial sin que los ojos tengan un color exótico o fuera de lo común. Su sonrisa era maravillosa. Dejaba ver un poco los dientes. Perfectos. Pero mejor aún eran ese par de hoyuelos que se le formaban en las mejillas.
No era una mujer preciosa. Pero tenía ese toque que la hacía atractiva. Especial.
Su cabello castaño oscuro un poco ondulado lo llevaba recogido torpemente a modo de coleta. Dejaba escapar varios mechones de cabello que parecía caer estratégicamente en el sitio oportuno para dotar a su rostro de una expresión cautivadora.

Estaba demasiado cerca para fijarse en mucho más.

La verdad es que no leo muchos periódicos… - Dijo ella como susurrando disculpándose.
No, si yo tampoco. – Dijo él rápidamente.
Bueno, solo este… – Añadió para no parecer un lector ocasional y sonriendo porque esto mismo le parecía una respuesta tonta.
Si, si este… – Intentó decir ella.
No te preocupes, si no vamos a ganar ningún premio. – Interrumpió él para que no se sintiera inferior. No era lo que él quería.
Ella volvió a sonreir, pero más presa por la vergüenza que por otra cosa.
Mira, cerramos el periódico y lo usamos como excusa para charlar un rato, ¿vale? – Dijo él con ánimo de que no se sintiera incómoda.
Yo no soy ningún literato, ni licenciado, ni nada de eso, solo que de vez en cuando leo el periódico… Digamos que soy un lector ocasional. – Añadió inmediatamente.
No, si yo también leo a veces… - Intentó decir.
¿En que trabajas? – Le preguntó él dando un giro a la conversación. Ya había visto que se sentía un poco incomoda. Debía encontrar otro camino. Otra conversación. Algo que no hiciera que se sintiese mal.
Era buen anfitrión.
¿En qué?... Bueno, es que realmente ahora no estoy trabajando. – Dijo ella ya visiblemente incómoda.
Yo tampoco. Pero no porque no tenga… bueno, es complicado…. – Le respondió el intentando quitar importancia a la respuesta de los dos.
¿Complicado? ¿En qué sentido? – Le preguntó ya con más interés.
Puf… - Resopló él.
Se tomó dos segundos para responder. No era demasiado complicado, pero no sabía como manejar aquella situación.
Bueno… complicado en si, no… es más que me complico yo. A ver… Mi trabajo digamos que es muy cerebral, y si no estás al cien por cien pues no sale como debería salir. No es que sea un fuera de serie, pero para las memeces que hago pues se deben hacer bien. – Intentó explicar.
¿Y qué es tan cerebral? – Preguntó ella con mucho interés.
Él volvió a resoplar y soltó media carcajada.
No soy físico nuclear ni nada de eso. – Le contestó entre risas.
Ella le respondió con una amplia sonrisa.

Se había relajado ya. Había apoyado la cabeza sobre su mano derecha intentando mantener el interés con su interlocutor sin apartar la vista de él. Estaba a gusto. Los hoyuelos de sus mejillas se acrecentaban, y sus ojos parecían brillar. Definitivamente estaba pasando un momento agradable.

Una suave música acompañaba su charla. Estuvieron hablando durante más de una hora. El cortado con leche natural se volvió otra vez en una bebida fría. Ella pensó lo mismo. Podrían pedir otro, pero que más daba. Lo importante no era la bebida. Lo importante era la compañía.

Se hacía tarde y debía despedirse. Ella parecía que tenía prisa.

¿Vienes todos los días a leer el periódico? – Le preguntó ella mientras se levantaba lentamente, sin ganas.
Bueno, a partir de ahora creo que lo leeré todos los días aquí. – Le respondió el mientras sonreía.
Él espero un momento a que ella se levantara. No había tenido tiempo de verla realmente.
Quería que su mirada la disfrutara.
Ella se dió cuenta, pero no tuvo prisa en ponerse la chaqueta. Le dejó que recorriera todo su cuerpo con su mirada. Él descubrió en ese momento las curvas que había tenido justamente al lado durante más de una hora. Sabía que ella se había dado cuenta. A ninguno de los dos les importaba.

Cuando él creyó que estaba satisfecho se levantó sin prisa, y le dejó a ella el mismo tiempo para que lo observara. El mismo que ella le había regalado.

Hasta luego. – Le dijeron los dos casi al mismo tiempo a la joven camarera antes de salir por la puerta.
Hasta mañana. – Les contestó la joven sonriendo lascivamente.
Hasta mañana… – Le dijo él a su acompañante al cerrar la puerta.
Hasta mañana. – Le respondió ella aprobando la invitación.

Cada uno tomó un camino distinto.
Cada uno volvió a su rutina. Pero esta vez la rutina era otra. Ahora la rutina era verse todos los días. Tomar un cortado con leche natural. Leer el periódico. Charlar. Conocerse…
Maldita rutina.

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