martes

Sombras

(...)

Figuras grotescas visitan la noche que con un estrepitoso susurro destruyen la imaginación del subconsciente que place con formas enriquecidas de alegrías vanas del equivocado día muerto. La mano acaricia la frente obligando a cerrar los ojos centrando la mente en pensamientos que luchan contra sombras pasadas. Empuja con fuerza y cada vez el dolor es más fuerte. La secreción es salada, turbiamente necesaria.

(...)

Azul

(...)
Nunca sabía si estaría preparado para la conversación que tendría, si se diera el caso de tenerla, con alguien más culto o menos que el. Un asentimiento como un murmuro de aprobación era más que suficiente para aparentar saber. Era un buen escuchador.
Un buen parlanchín mudo. Y esta vez la conversación le atraía y no podía apartar de su mente el azul. Azul inmenso como el cielo, azul intenso como el del mar adentro, azul como su prenda interiormente preferida.
Fué en un viaje a unas islas, una travesía de unas ocho horas apoyado en la barandilla del barco admirando las distintas tonalidades de azul que adoptaba el mar, observando el cambio de intensidad en el azul del cielo y recorriendo con los ojos las rayas azules que decoraban toda la cubierta. Todo era azul en el exterior y rojo en el interior. ¿Qué fotografías?. El azul. No va a salir igual. Lo sé, pero lo recordaré.
El lienzo era su azul.
Mientras todos hablaban el recordaba aquella travesía. Su vida y su cuerpo era como aquel barco. Azul todo lo que le rodea, rojo en su interior. Un barco que navega por una inmensidad azul manejado por el rojo interior. Ahora estaba a la deriva pero no se sentía perdido, solo que no había puerto en el que debía atracar. Quizá embarrancara en alguna costa y fuera rescatado por algún remolcador. O se hundiría. Tampoco le importaba demasiado mientras pudiera contemplar todo el azul que tenía ante sus ojos.

A veces duermo

(...)

A veces pienso que el corazón me dejará de latir porque no habrá nadie por quién lo tenga que hacer. A veces duermo. A veces sueño, despierto.

Oscuridad

(...)
Una vez más se partía la noche dejándole un desdichado sabor a tristeza pero no hizo nada. Se quedó tumbado, inmóvil, quería saber cuanto aguantaría sin hacer nada. Oscuridad.
Los segundos se hacían eternos en la espesa negrura. Pero, a los pocos minutos, las siluetas de los objetos se hacían tangibles. No quería ver nada. Cerraba de nuevo los ojos y los abría al poco tiempo. Seguía distinguiendo las siluetas. Cada vez eran más reconocibles. Empezó a contar los segundos con los ojos cerrados. Con fuerza. ¿Cuantos serían suficientes para volver a la total oscuridad? ¿Cuantos eran necesarios? ¿Qué era necesario en realidad?
Los minutos pasaban como días y dejó los ojos abiertos derrotado. Empezó a ver entre las siluetas otras que se movían despacio. Muy despacio. Se fijó en esas sombras itinerantes. Se movían solo unos milímetros, lo suficiente para que notarlo. Tuvo un impulso que controló, pensaba en encender la luz y sorprender a las sombras antes que escaparan. Quizá las asustara demasiado y corrieran buscando otra oscuridad. Las llamó con un susurro. No tengáis miedo, solo encenderé una llama. La llama no asustaba a las sombras. Las siluetas bailaban alegres mientras el susurraba a la trémula luz. Unas veces danzaban más rápido, otras parecía que se escondían. Se quemaba. Estaba otra vez en la oscuridad.
Cerró los ojos.

Solo la luz produce oscuridad.
Solo hay penumbra si hay luz.
Solo estas en la oscuridad si no hay luz.
Solo hay luz si sales de la oscuridad.
En la luz hay vida.
En la penumbra ilusiones.
En la oscuridad sentimientos.
Apaga la luz y siente.

Intentó de nuevo dormir, ahora sabía que no estaba solo, las siluetas le acompañaban, las sombras lo arropaban, su mente le susurraba.

Ahora sabía que no estaría nunca más solo en la noche.
No quería ya el día, ni su luz, ni su vida.
Dejaría los ojos cerrados para siempre.
Para no ver nada más que lo que está en su corazón.
En su mente.
Así nació, ciegamente.

En casa

(...)

Recordaba lo que le había dicho su amigo. No hay que lamentarse de lo que no se ha hecho, solo de lo que se hizo. El no estaba conforme. No se debe lamentar de nada. Absolutamente de nada. Todo lo que se hace se hace por una razón o es el resultado de una circunstancia.

Subía la escaleras hacia su habitación y pensaba en esas palabras e irremediablemente se contradecía a si mismo. Llegó al final de la escalera y dejó escapar un resoplido y miró fijamente la cama. Una cama demasiado grande para el. Inmensa. Suspiró y entró con decisión para meterse entre las sábanas pero se detuvo un momento frente la cómoda. Sobre ella estaba la ropa que había plegado con tanto amor su madre esa misma mañana. Y al lado de ella el cenicero. Un cigarrillo y mira alrededor. El pijama sobre la cama le esperaba para abrigarlo, las sillas querían acomodar su ropa usada con olor a bar, las almohadas necesitaban su peso. Cogió el cenicero y la cajetilla de tabaco y se fué a la habitación de trabajo. Necesitaba un lugar más íntimo. Todo era enorme en su habitación. Se puso música para relajarse con un volumen perceptible y preparó los cojines de colores que había comprado hacía un par de meses y volvió a su habitación para ponerse el pijama de rayas que le habían regalado para el aniversario. ¿Aniversario de qué? Aún faltaba un mes. Qué tontería.

Se acomodó en su nuevo sofá y se encendió un cigarrillo. No tenía ganas de leer, solo de encontrar un poco de paz, fumar y escuchar un poco de música. Con la luz apagada el color rojo del sofá no era tan cegador. Apagó el cigarrillo en el cenicero intentando que quedará toda la ceniza bien tamizada y llana en el fondo y cerró los ojos dejándose llevar por la total oscuridad. Otro amigo suyo le había dicho que la gente soñaba en blanco y negro pero que él lo hacía en color. ¿Cómo soñaría él? No se había dado cuenta de como lo hacía. Casi nunca se acordaba de lo soñado. Quizá era un ciego soñador. Quizá había soñado que soñaba y no lo había hecho nunca.

Entonces pensó que era mejor intentar dormir que soñar.

Detrás de la cuenca de los ojos se encuentra el mayor problema.

Tras el nadie le sigue.

No ve apenas nada, le ciega.

Hoy me ha mirado la muerte desde el balcón de la esperanza.

Me he fijado en sus ojos y estaban llenos de alegría.

Se esconde otra mirada tras mi mente irreflexiva.

Se amaga la suya.

Hoy la he mirado fijamente, con miedo.

Se que es mi fin. Mi vida.

Ciego

(...)

El dibujo del tapiz es uniforme.

Una uniformidad cegadora.

No hay nada aleatorio, todo minuciosamente dispuesto.

Aparto la mirada para no quedarme sin ella.

Desplazándose, todo va en dirección contraria a la mía.

El interior tiende a la normalidad, hacía un mismo destino.

Solo las gotas de lluvia en la ventana escapan fugazmente.

Se unen unas a otras para formar riachuelos zigzagueantes.

El dibujo del tapiz es oblicuamente parecido.

Lo imagino distinto, como la lluvia.

Lo observo ciegamente.

El Genio cabrón

El Genio cabrón.

Hoy hablando con Eric, ya sabéis, Eric, me ha venido a la cabeza una historieta, no por lo que decía Eric sino por lo que le replicó Trípode. La historia es la siguiente.

Un hombre caminaba por la playa y encontró una lámpara de bronce medio colgada en la arena. El hombre la sacó de la arena y vió que el objeto era precioso, brillante, con algunas incrustaciones de piedras que parecían valiosas. El hombre no entendía de joyas pero le pareció una lámpara maravillosa.

¿Y si la froto? – Pensó.

Y eso hizo. La frotó cuidadosamente, y luego con ansia, y en el momento que lo iba a dejar salió un humo intenso de la lámpara y una voz muy grave, como de ultratumba, que le asustó. El hombre tiró la lámpara a la arena y esperó entre miedo y curiosidad en que acabaria aquello.

Pasaron solo unos instantes desde la última frotada y se materializó un Genio delante de el hombre.

¡Cáspitas! – Dijo el hombre, bueno, realmente dijo coño, pero por si lo lee algún menor mejor lo dejamos en cáspitas.

¿Por qué interrumpes mi descanso? – Replicó el Genio.

Lo siento, pero no me he podido reprimir a frotar un objeto tan precioso. – Le dijo el hombre al Genio.

Vaya, y claro, ahora querrás tres deseos ¿no? – Dijo el Genio.

Hombre, perdón, señor Genio, ¿no podrían ser cuatro? – Dijo el hombre probando suerte.

Vaya con el listo… - Pensó el Genio. – Claro que si, te mereces esos cuatro por despertarme de mi letargo. Dime el primero.

El hombre pensó unos instantes. Tantas cosas con las que había soñado ahora se podían hacer realidad. No pensó solo el primero, los pensó todos. Como cuarto pediría tener cuatro deseos más. No había que desperdiciar la ocasión.

Señor Genio, - Dijo el hombre. – como primer deseo quiero tener una polla grande.

Concedido. – Dijo el Genio y sonrió.

El hombre observó expectante su entrepierna. Todo parecía igual. No había cambiado nada. – Pero… ¿y mi deseo? – Preguntó el hombre extrañado.

Concedido. – Dijo tajantemente el Genio.

¿Concedido?, y una leche… - Recriminó el hombre.

Aún estaba el hombre buscando cambios en su entrepierna cuando de repente oyó un graznido a su lado. Efectivamente se le había concedido el deseo. Tenía una polla muy grande a su lado, pero nada parecido a lo que el hombre esperaba.

Señor Genio, le dije una polla grande ¿y usted me da una gallina obesa? – Dijo bastante alterado el hombre.

Me has pedido una polla grande y es lo que te he concedido. Pide tus deseos claramente y con lenguaje correcto o puedo equivocarme. – Dijo de manera solemne el Genio.

Me cago en la puta… - Murmuró el hombre.

A ver, rectifiquemos, quiero…

Recuerda que este es tu segundo deseo. – Interrumpió el Genio.

El hombre pensó durante unos segundos. Tenia la opción de en el cuarto pedir cuatro más.

Vale señor Genio. Como segundo quiero tener un pene grande. ¿Sabe lo que es un pene no? Eso que tenemos los hombres en la entrepierna. Pene, pilila, polla, pero dejémoslo en pene. Quiero un pene grande.

Concedido. – Dijo con una sonrisa el Genio.

Ay! – Gritó de dolor el hombre. – ¿Pero que coño? – Se preguntó angustiado.

El hombre descubrió con gran dolor que efectivamente tenia un pene grande, pero taladrándole el trasero y unido a ese pene descomunal se encontraba un hombre bien fornido.

¿Tercer deseo? – Dijo el Genio con gran talante.

¿Tercer deseo? ¿Será hijo de puta este Genio? – Pensó entre lágrimas de dolor el hombre.

Vale, rápido, el pene grande lo quería delante, aquí, ¡aquí! – Gritó el hombre señalando la parte baja de su pelvis.

Concedido. – Dijo el Genio con una amplia sonrisa.

¡Pero será hijo de puta! – Gritó con afirmación el hombre.

Aún no sentía el dolor más infrahumano en su ano y el hombre fornido que antes se trabajaba su trasero ahora lo tenía delante mismo de él penetrándole lo que antes era su pene y ahora se había convertido en una vagina.

¡Esto debe ser un sueño! ¡Una pesadilla! – Gritaba preso del pánico y de la incredulidad el hombre. – Y este tio ¿Qué coño pasa? ¿no tiene escrúpulos? ¿Se lo folla todo? ¡Si por lo menos estuviera buena!

Concedido. – Dijo el Genio con una gran carcajada.

Cuando el humo se disipó había desaparecido el hombre fornido de pene grande, y también el hombre que con tantas ganas había frotado la lámpara maravillosa. En su lugar había un envase de cartón, cuadrado, de unas dimensiones que podría albergar un volante de camión en su interior.

Uhm, que hambre tenía coño. – Dijo el Genio.

Abrió el envase y cogió la mejor pizza cuatro quesos que se puede imaginar y empezó a comer.

Hay varias moralejas en esta historia.

La primera. Si tienes cuatro opciones son cuatro, no cinco ni seis, solo cuatro, piensa bien lo que vas a hacer porque cagarla es muy fácil y más si el que tienes delante es un hijo de puta como el Genio que va a su puta bola.

La segunda. Si te encuentras una lámpara maravillosa no pidas una polla grande, hazlo con estas palabras: “quiero que mi pene tenga erecto 25 centímetros de longitud y 3 centímetros de diámetro, pero solo cuando esté erecto.”

La tercera. A los Genios les gusta la pizza de cuatro quesos, así que mejor cuando vayas a la playa te lleves una, así no te puteará para conseguir una.

La cuarta y la más importante. Por muy maravilloso que sea algo, por mucho que lo frotes, por mucha ansia que le pongas, ganas, ilusiones, solo vas a conseguir que te den por el culo.

La casa de Foster

A mi me encanta la casa de foster, Mack y Blue, son la caña de dibujitos...
Un dia estaba en un bar tomando un cafe y habia la del bar y un pavo, y estaba viendo los Foster y va y cambia el canal!! Le digo, señorita podria poner de nuevo los dibujos animados? y me dice, no eres un poco mayor ya para ver eso?, un poco de vergüenza me dió, pero le dije, puede que tenga razón, pero esos dibujos me animan para coger el dia de cara, me gusta verlos y me alegran, si los vieran más de buena mañana seguro que tendria brillo en esos ojos tan preciosos... el pavo me miraba con una cara como de, este pavo esta de psiquiatrico, claro, la mujer tenia por lo menos 50 años, pero mira, le cayó bien, cambió el canal y me invitó al cafe. Fui durante dos meses todos los sabados a tomarme el cafe a ese bar antes de clase y siempre vi los Foster.

Pitt

¡Pitt! ¿Qué tal estas? - Dijo una voz mientras acompañaba el berrido con una enorme palmada en la espalda que sonó como una emboscada.
Entre el sobresalto y el golpe a Pitt se le cayó un sorbo de la cerveza que mojaba su boca.
¡Joder! - Refunfuñó Pitt mientras el bravucón lucía una amplia sonrisa.
Hostia macho, un día de estos me metes la cabeza dentro de la jarra.
Eso ya lo haces tu solito todo el día colega.
Déjame en paz subnormal...
¿Cómo quedó aquello? ¿Lo conseguiste? - Le susurraba a Pitt.
¡Que me dejes en paz! - Gritó mientras empujaba con el codo al interrogador.
A ver imbécil, tu no vas a estar en paz ni en tu puta tumba. Mañana quiero noticias. – Sentenciaba mientras remarcaba la última frase con un golpe en la cabeza con la mano abierta que resonó en todo el local.
El bravucón salía del local ajustándose la parka marrón por las solapas y Pitt repetía entre dientes una y otra vez, gilipollas, gilipollas, gilipollas...

Pitt no era en realidad su nombre, le pusieron ese apodo al estrenarse una película llamada Doce monos que interpretaba Brad Pitt. No es que Pitt se pareciera a Brad demasiado, pero tenía la misma mirada y gestos que el actor en ese film.
Pitt era una persona muy nerviosa, inquieta, y siempre jugueteaba con lo que tenía en las manos de una manera tan peculiar que parecía que estaba haciendo un truco de magia en el cual el truco no era el hacer desaparecer nada sino el apreciar los movimientos de los dedos y las manos. Cuando no tenía nada entre las manos no paraba de rascarse con movimientos rápidos. Se tocaba la frente y rápidamente bajaba la mano a la barbilla y se tiraba de los pelos de tres días, y de repente bajaba una mano y subía la otra hacía la oreja y acababa haciendo novillos con los mechones de su cabello. Le faltaba pelo en algunas zonas de la cabeza, se lo arrancaba en pleno frenesí y tenía marcas rojizas en la frente, mejillas y cuello de tanto roce de sus dedos. Tenía unas manos delgadas y dedos largos, con las yemas endurecidas y uñas minúsculas y con filo de sierra y llenos de heridas. Le sangraban las uñas. Eran su comida todos los días. Muchas veces iba con gorro de lana para taparse las heridas de la cabeza y guantes para evitar rascarse y morderse los dedos. Aún así los guantes al poco tiempo dejaban sus dedos desnudos y el gorro lo perdía o se lo robaban. Caminaba con dificultad, un accidente con una máquina le dejó la pierna derecha destrozada. Nunca hizo lo que los médicos le dijeron y nunca cobró nada por aquello. En una ocasión dijo que aquel accidente le salvó la vida y por eso no se siente desgraciado. Pero la verdad es que es un desgraciado y la vida que tiene no es mejor que la muerte de la que se salvó.

Pitt salió del local quejándose por la cuenta, siempre lo hacía, costara lo que le costara se quejaba. Su despedida siempre era un hijoputa así te gastes todo en tu funeral. El dueño del local ya estaba acostumbrado y, aunque no le hacía gracia, no le decía nada porque al rato volvía allí a beber. Hacía frío y Pitt se subió el cuello de la chaqueta vaquera que encontró un par de días antes al lado de un contenedor. Esta era mucho mejor que la anterior. La última que encontró estaba agujereada por los ratones. Esta era mucho mejor, si, tenía los bolsillos intactos y podía guardarse en ellos los guantes y el gorro y los trapicheos, pero no era demasiado buena para el frío, y tenía que forrarse con papel de periódico el interior para mantener el calor corporal. Lo vió en una película hacía unos años, cuando un gobierno local decidió poner en marcha de nuevo el cine de barrio al aire libre. Pitt lo hacía todo al aire libre menos beber. No le gustaba estar demasiado tiempo entre cuatro paredes y solo lo toleraba cuando debía resguardarse del duro invierno y si iba muy borracho. Seguía maldiciendo a los chiquillos que le robaron el gorro la última vez, se le estaba enfriando la cabeza, y se paró en un contenedor a revolver en busca de algo que hiciera de gorro. Tuvo suerte. Encontró una bufanda palestina y una gorra de coca-cola.

Pitt solo tenía un amigo, Pablo. Pablo le dejaba de vez en cuando algo de dinero y sabía demasiado bien que no se lo devolvería. Se conocían hacia tiempo, desde el colegio. Una vez hablé con Pablo sobre Pitt y me dijo que no siempre había sido así. Antes era bastante normal, pero que a saber, se metería en drogas o cosas de esas y así acabó. Pablo le perdió la pista después del instituto y lo vió durmiendo la mona un día al lado de unos contenedores, Pablo se acercó porque le pareció ver sangre y lo reconoció. La sangre era de un animal muerto que le hacía de almohada. Lo habrían atropellado, o lo habría matado el propio Pitt para estar más cómodo. De todas formas Pablo no lo dejó allí y llamó a una ambulancia para que lo atendieran. Pitt tuvo los mejores cuatro días de su vida con total atención. Al quinto día desapareció del hospital. Pablo le había dejado en el pantalón su tarjeta, y al cabo del tiempo Pitt le llamó. Ahora le llama de vez en cuando si necesita dinero. Pablo le propuso un trato, solo le daría cierta cantidad durante cierto tiempo y si se pasaba, si le llamaba tan solo, ya no le dejaría nada. Pitt lleva bien las cuentas.

Pitt no tenía dinero, necesitaba ver a Pablo pero ahora estaba fuera, de viaje o algo así le dijo. No te preocupes que cuando vuelva te busco. De eso hacía ya dos semanas. Y Pitt tenía aún dolor de espalda del golpe que le había dado aquel monstruo. No lo conocía demasiado, sabía que le llamaban Charly, pero estaba seguro que su nombre era tan falso como el de Pitt. No demasiado, pero lo suficiente para saber que no era trigo limpio. El fin de semana anterior coincidieron en un local, Pitt estaba ya borracho, iba y venía de mesa en mesa mendigando unas monedas para alcohol. Charly le hizo una señal con la mano para que se acercara. Pitt se acercó sonriente con los ojos medio cerrados. Charly vió los dientes de Pitt, un destrozo. No había visto una boca más imperfecta en su vida y dijo un comentario sobre ello que acabó con la carcajada de toda la mesa. Charly le dijo que si se arrancaba una muela allí mismo, delante de ellos, le pagaba todas las copas que pudiera tomar esa noche. Pitt le dijo que estaba borracho pero no gilipollas y se marchó dando tumbos. Al salir del local vieron a Pitt trapicheando con un par de chavales y Charly se le acercó y le dió una palmada en la espalda. Era su saludo habitual acompañado de ese Pitt que tal estás tan estruendoso como la palmada. Ya era por lo menos la vigésima vez que se lo había hecho, desde que se conocieron hace ocho meses en una mala noche siempre le hacía lo mismo. Charly le pregunto con que trapicheaba y le hizo un encargo. Pitt le pidió dinero por adelantado y Charly aceptó refunfuñando. Tardará una semana. Lo necesitaba antes, y le dió tres días.

Pitt trapicheaba con drogas de mala calidad y poco volumen, lo justo para comer decía cada vez que le paraba la policía. ¿Que tal el trabajo Pitt? Bien, tengo lo justo para comer. Le cacheaban y lo que le encontraban lo tiraban o se lo metían delante de sus propias narices. Nunca le detuvieron ni fué a la cárcel. Igual allí habría estado mejor. A veces hacía de chivato, y cuando le cacheaban les recordaba que el también era un funcionario. Tratadme bien o me quejaré al comisario Marín. Muchas veces les hacía gracia y le dejaban ir con la mitad del material, y otras veces hasta le daban unas monedas sueltas para que se tomara un trago. Charly era uno de ellos, por lo menos eso sospechaba Pitt, por eso no le hacía ni puta gracia el encargo del amigo. La primera vez que Charly le propinó su saludo le cogió del cuello bromeando con una especie de llave de artes marciales. Le recordó a una vez que opuso resistencia a la policía un día que se había metido de todo. Desde entonces cada vez que se le acercaba le olía a bofia.

Pitt pensaba en lo que le dijo Charly. Mañana quiero noticias. Ese cabrón le daba bastante miedo y eso era raro en Pitt. Pitt no tenía miedo a nada ya. Hacía tiempo que sus monstruos superaban la maldad de todos los que se habían inventado en la historia. Pero Charly era diferente. Apestaba a maldad. Pitt se sobrecogía cuando se le acercaba al oído mientras le sujetaba la cabeza. Charly tenía unas manos enormes, y cuando acercaba la cabeza de Pitt con su mano para hablarle al oído abarcaba toda la cara. Le tapaba el oido con su mano y sus susurros se amplificaban dentro de su cabeza y se convertían en ecos que seseaban en el interior de su cerebro. Charly sabía todo eso. Sabía muy bien lo que hacía. Sabía tratar a esa gentuza.

Pitt ya hacía dos días que tenía el encargo de Charly pero no se lo quería dar aún. No comprendía el encargo. Sentía curiosidad. ¿Por qué un tipo como Charly le había pedido tal cosa? Era bastante normal que Pitt hiciera de mensajero, de camello, y que le hicieran encargos de todo tipo. Así es como se ganaba la vida. Una vez le encargaron llevar un paquete a unas oficinas del centro, en cuanto salió del edificio entró en una cafetería de enfrente y dando el primer sorbo de cerveza llegaron decenas de coches de la policía. Se acabó la bebida de un trago y salió disparado. Otra vez le encargaron que comprara un tipo de armas. Tardó un par de días y las dejó en el sitio donde habían quedado. Tuvo que esperar en la oscuridad para asegurarse que las recogían los que le habían pagado. Pitt era un desgraciado pero en ese mundillo era de fiar. A veces decía, si existe, lo encuentro.

Pitt miraba el reloj del local del hijodeputa que se gastaría todo en su funeral. Era muy tarde, y no le quedaba mucho tiempo. En unas horas tendría a Charly maldiciéndole al oído y reclamándole su encargo. Extrañamente Pitt aún estaba sereno. La sequedad de su garganta no le permitía ni blasfemar. No le apetecía beber. Pasaba el dedo una y otra vez por el borde dibujando el círculo de la jarra. La levantaba y miraba el círculo mojado de la barra. La volvía a bajar. Le hizo un gesto al dueño del local para que se acercara.
¿Qué pasa Pitt? ¿No te emborrachas hoy? – Le dijo el dueño con semblante serio.
Eh... ¿Tienes un cigarrillo? – Le dijo entre titubeos.
Ahí tienes la máquina, Pitt. – Le dijo señalando la entrada del local.
Solo quiero uno…
Pues yo no fumo y no voy a comprar un paquete para darte uno.
Pitt abrió la boca pero solo dejó escapar un resoplido. El barman esperaba algún insulto pero tras unos segundos nada dijo. El dueño del local se dirigió a la caja y después de unos bips sonó una campanilla que indicaba que se abría el cajón de la maquina registradora, cogió unas monedas y se dirigió a la máquina expendedora. Sacó un par de cajetillas, una de tabaco negro y otra de rubio. No sabia lo que fumaba Pitt, ni le importaba. Se las dejó al lado de la cerveza cuando pasaba junto el. Una vez dentro de la barra miró a Pitt, el también le miraba aún con la boca entreabierta.
Cerillas, ¿no? – Dijo el barman.
Pitt asintió con la cabeza dos veces y en la segunda se quedó cabizbajo. El barman se las llevó y desapareció por el fondo de la barra mientras pasaba un trapo a una botella. Pitt abrió las dos cajetillas, sacó un cigarrillo de cada una y los puso de pie en la barra con el filtro haciendo de base.
¿Cual fumo? – Dijo en voz baja.
Cogió el cigarrillo rubio y le quitó la boquilla. Se lo puso en la boca y prendió una cerilla y pegó una larga calada. Mientras aguantaba el humo en sus pulmones miraba como se consumía la cerilla. La apagó soltando todo el humo de golpe. Se bebió la cerveza de un trago y se metió en los bolsillos de la chaqueta vaquera las cajetillas de tabaco y las cerillas. Volvió a dar una gran calada al cigarrillo sin boquilla y soltó todo el humo mientras caminaba hacia la puerta. Iba dejando una nube de humo a su paso y se perdió entre el.
Gracias. – Murmuró mientras salía del local.

Pitt no había llegado aún. Eran más de las doce del mediodía y no estaba en la barra. El dueño del local pasaba el trapo a las jarras de cerveza vacías que colgaban del estante. Estaban limpias, pero al tipo le gustaba tenerlas relucientes. Eran jarras con nombres de cervezas de importación de Irlanda, Reino Unido, Australia, Bélgica, Alemania… Pero solo tenía dos o tres clases de cerveza en su local. Mientras les pasaba el trapo entró Charly, iba mirando a todos los lados buscando a Pitt.
Buenos días. – Le dijo al barman mientras arrastraba de forma ruidosa un taburete hasta ponerlo enfrente del barman.
Buenos. – Le contestó el dueño del local.
Oye, ¿has visto a Pitt? – Preguntó Charly.
El barman abrió la boca pero fue interrumpido por un buenos días un poco cantarín y alegre. Era Pablo.
¡Hola Carlos!, ¡hola Alberto! – Dijo bastante contento Pablo.
¿Habeis visto a Pitt? – Prosiguió.
Eso mismo he preguntado yo a Alberto… - Dijo Carlos. Ese cabrón me tiene que dar una cosa que le pedí y que le pagué por adelantado.
Ya te dije que a el no se lo tenías que pedir. Eres un idiota. – Le dijo Pablo mientras lo señalaba con el dedo en tono amenazador.
¡Tu estabas fuera! ¿Qué coño querías que hiciera? – Replicó Carlos.
¡Esperar! – Gritó mientras daba un golpe en la barra.
Pues creo que vais a esperar en vano. – Dijo entredientes Alberto.
¿Tu que cojones sabes? – Le increpó Pablo.
Solo se que se fué sin pagar el muy cabrón. Con dos cajetillas de tabaco. – Ese no vuelve.
Igual vuelve hoy y te paga, no seas tan llorica. – Dijo con tono burlón Carlos.
No, no es por eso. Es de cómo se comportaba. – Cogió un poco de aire y apoyó las dos manos en la barra.
¿Qué hacía? ¿Dijo algo? – Se interesó Pablo.
Eso mismo es… no hizo nada ni dijo nada. Casi no se movía. No hablaba solo ni blasfemaba. Estaba muy raro.
Ponme una cerveza anda. – Le pidió Pablo.
Callaron todos un momento hasta que Alberto sirvió cerveza a Pablo y Carlos. Se sirvió una también para el.
¿Cuanto le diste? – Preguntó Pablo a Carlos.
Todo… - Dijo casi inapreciablemente Carlos.
¿Todo? ¡¿Todo?! – Gritó lleno de ira Pablo.
La habeis cagado chicos. – Dijo Alberto.
Yo no la he cagado Alberto, ha sido el idiota este… debería…
¿Debería? – Interrumpió Alberto. Lo que no debería haber confiado en ti. – Prosiguió Alberto. Ya te dije que no me parecía buena idea meter a ese desgraciado en esto.
Era amigo mío.
No hay amigos en el negocio Pablo.
Si no aparece yo os devolveré el dinero. – Dijo Carlos.
Tu ya has hecho bastante. Es la tercera vez que la cagas. – Le respondió Alberto. Lárgate de aquí y no vuelvas. – Le dijo mientras señalaba la puerta.
Carlos salió apresuradamente del local intentando ponerse la parka mientras salía.
Y tu ya sabes que tienes que hacer.- Le dijo a Pablo mientras le señalaba.
A Pitt… es mi amigo…
A Pitt déjalo. Pitt es un chico listo. Yo hubiera hecho lo mismo que él. – Dijo Alberto.
¿Entonces? – Balbuceó Pablo.
Entonces lárgate tu también. – Le dijo Alberto mientas señalaba la puerta.
¡Oye! – Le gritó Alberto antes de que saliera por la puerta.
¿Si?
A ver si esta vez estas más fino. La última vez me costaste dos semanas de hotel. – Le dijo mientras sonreía. – O habrá que enderezarte como a Carlos ahora.
A Pablo le sonó aquello como una amenaza inminente. Realmente lo era. Mientras caminaba hacia su coche vió de lejos a Carlos y pensó que era mejor acabar cuanto antes. Subió al coche y se puso a la altura de Carlos. Carlos, al ver la cara de Pablo lo comprendió todo y comenzó a correr. Inexplicablemente Pablo frenó en seco. Se encendió un cigarrillo y pensó mientras se consumía en su mano que pasaba del tema. Así de simple. No quería verse involucrado en nada. Estaba harto de todo el negocio. Harto de perseguir, extorsionar y menospreciar la vida de los demás. Puso de nuevo en marcha el coche y se puso a conducir hacia a saber donde.

Pitt hace semanas que no aparece. Y hace días que busco a esos otros dos hijos de puta.

domingo

Tirso de Molina número 3

Viernes pasado me llamó mi jefe de estudios para decirme donde era el sitio donde empezaba las clases al día siguiente. Me llamó demasiado temprano, claro que después de toda una noche jugando al COD2 y al PES6 cualquier hora normal para mi es temprano. Entre sueños solo escuché, Tirso de Molina número 3.

¿Te he despertado? – Me dijo.

No, no, tranquilo. – Estaba como para darle una ostia.

Me dormí de nuevo incluso después de unos leves intentos de levantarme.

Sábado por la mañana, después de una noche que se podría calificar de tontamente mágica, me despertó un pitido estridente y me levanté de un salto.

¡Coño! ¡Las 8:25! – Salí de la habitación cagando fuego.

Calcetines, pantalones, camisa, zapatos, y bajando la escalera. La misma ropa del día anterior, pero que coño, llegaba tarde. Bajando hacia el baño paso irremediablemente por la cocina, enchufo la cafetera y voy directo al popodero.

Mientras me tomo el café repasando lo que me llevaba pienso, ¿Cómo ha sonado el despertador? No lo puse. La noche anterior llegué muy tarde y medio muerto, no lo puse, no ha sonado, ¿y yo lo he oído?

De camino a Valencia con mi coche aún pensaba en eso. Será el reloj interior, concluí.

Mierda, solo me acordaba de Tirso de Molina número 3. Creo que quedaba por Nuevo Centro. Algo así me dijo Víctor. Pues vamos hacia allá y ya preguntaremos.

A las nueve en punto aparco el coche. Salgo precipitado y le pregunto a una señor que estaba justo al lado de donde había aparcado.

Perdone, ¿la calle Tirso de Molina? – Le pregunto.

El señor emitió unos gruñidos y movía las manos como aspavientos. Claro, esto es un sueño… El despertador suena sin ponerlo, llego a hora a Valencia, y este tío es muy raro. No, raro no, sordomudo. Vaya casualidad.

Perdone caballero, buenos días. – Y me voy a toda prisa a buscar a otra persona.

Avisto a los metros a otro señor, y le hago la misma pregunta a la cual contesta de la misma manera que el primero. No puedo disimular una sonrisa de inquietud y el tío me mira medio mosqueado. Me despido de la misma manera que del primero y parto en busca de alguien que me pueda contestar.

Al girar la esquina avisto dos señoras, me acerco a ellas y les hago la pregunta de rigor.

Para mi sorpresa la señora me responde de la misma manera que sus otros dos antecesores.

Sordomuda, ¿no? – Le digo a la señora.

Ella asiente.

Vaya, ¿y su compañera? – Le pregunto temiéndome ya la respuesta.

Ella asiente con una amplia sonrisa.

¿Qué pasa? ¿Tienen una convención? – Les pregunto amablemente y con una sonrisa mientras me encendía un cigarro.

Me contestaron con una carcajada. Es curioso como suena la carcajada de una persona sordomuda. No se describirla, pero me produjo instintivamente una carcajada que me dejó casi sin aire. Entre risas nos despedimos.

Gire la siguiente esquina de la manzana, la calle ya daba al río. A unos 200 metros a la izquierda se encuentra Nuevo Centro. Me inclino por ir hacia la derecha para ver el nombre de la calle y diviso a unos 50 metros a un caballero vestido con un mono azul.

Llego a su lado, me paro, lo observo. Estaba de espaldas a mi.

Perdone caballero, ¿es usted sordomudo? – Cambie de estrategia.

El caballero se quedó boquiabierto. Estuve unos segundos temiendo por si era sordomudo también o por si iba a darme una ostia.

¿Yo? Que coño… Soy de aquí. – Me contestó muy convencido.

Para no encontrarme con su puño aguanté el aire y la carcajada que me venía estrepitosamente. Tosí para ver si así la risotada daba paso a la otra pregunta.

Lo conseguí.

Pues perdone caballero. ¿Tirso de Molina? – Le pregunté, aún a riesgo de que me contestara un, no, no soy yo o algo así.

Es esta chaval. – En tono vacilón.

Gracias, hasta luego. – Y me alejé llorando y riendo. A la esquina estaba ya inmerso en una carcajada que me obligó a tirar el cigarrillo.

Había visto que arriba del taller ponía 21 en grande, y el portal anterior era el 19, así que el 3 quedaba cerca de Nuevo Centro.

Al pasar por la siguiente bocacalle vi un grupo de gente, unos 60, moviendo los brazos hacia todos los lados.

Efectivamente había una convención de sordomudos en esa zona.

Efectivamente todos mis entrevistados eran sordomudos menos el último.

Efectivamente el mecánico era de Valencia.