martes

Oscuridad

(...)
Una vez más se partía la noche dejándole un desdichado sabor a tristeza pero no hizo nada. Se quedó tumbado, inmóvil, quería saber cuanto aguantaría sin hacer nada. Oscuridad.
Los segundos se hacían eternos en la espesa negrura. Pero, a los pocos minutos, las siluetas de los objetos se hacían tangibles. No quería ver nada. Cerraba de nuevo los ojos y los abría al poco tiempo. Seguía distinguiendo las siluetas. Cada vez eran más reconocibles. Empezó a contar los segundos con los ojos cerrados. Con fuerza. ¿Cuantos serían suficientes para volver a la total oscuridad? ¿Cuantos eran necesarios? ¿Qué era necesario en realidad?
Los minutos pasaban como días y dejó los ojos abiertos derrotado. Empezó a ver entre las siluetas otras que se movían despacio. Muy despacio. Se fijó en esas sombras itinerantes. Se movían solo unos milímetros, lo suficiente para que notarlo. Tuvo un impulso que controló, pensaba en encender la luz y sorprender a las sombras antes que escaparan. Quizá las asustara demasiado y corrieran buscando otra oscuridad. Las llamó con un susurro. No tengáis miedo, solo encenderé una llama. La llama no asustaba a las sombras. Las siluetas bailaban alegres mientras el susurraba a la trémula luz. Unas veces danzaban más rápido, otras parecía que se escondían. Se quemaba. Estaba otra vez en la oscuridad.
Cerró los ojos.

Solo la luz produce oscuridad.
Solo hay penumbra si hay luz.
Solo estas en la oscuridad si no hay luz.
Solo hay luz si sales de la oscuridad.
En la luz hay vida.
En la penumbra ilusiones.
En la oscuridad sentimientos.
Apaga la luz y siente.

Intentó de nuevo dormir, ahora sabía que no estaba solo, las siluetas le acompañaban, las sombras lo arropaban, su mente le susurraba.

Ahora sabía que no estaría nunca más solo en la noche.
No quería ya el día, ni su luz, ni su vida.
Dejaría los ojos cerrados para siempre.
Para no ver nada más que lo que está en su corazón.
En su mente.
Así nació, ciegamente.

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