martes

Pitt

¡Pitt! ¿Qué tal estas? - Dijo una voz mientras acompañaba el berrido con una enorme palmada en la espalda que sonó como una emboscada.
Entre el sobresalto y el golpe a Pitt se le cayó un sorbo de la cerveza que mojaba su boca.
¡Joder! - Refunfuñó Pitt mientras el bravucón lucía una amplia sonrisa.
Hostia macho, un día de estos me metes la cabeza dentro de la jarra.
Eso ya lo haces tu solito todo el día colega.
Déjame en paz subnormal...
¿Cómo quedó aquello? ¿Lo conseguiste? - Le susurraba a Pitt.
¡Que me dejes en paz! - Gritó mientras empujaba con el codo al interrogador.
A ver imbécil, tu no vas a estar en paz ni en tu puta tumba. Mañana quiero noticias. – Sentenciaba mientras remarcaba la última frase con un golpe en la cabeza con la mano abierta que resonó en todo el local.
El bravucón salía del local ajustándose la parka marrón por las solapas y Pitt repetía entre dientes una y otra vez, gilipollas, gilipollas, gilipollas...

Pitt no era en realidad su nombre, le pusieron ese apodo al estrenarse una película llamada Doce monos que interpretaba Brad Pitt. No es que Pitt se pareciera a Brad demasiado, pero tenía la misma mirada y gestos que el actor en ese film.
Pitt era una persona muy nerviosa, inquieta, y siempre jugueteaba con lo que tenía en las manos de una manera tan peculiar que parecía que estaba haciendo un truco de magia en el cual el truco no era el hacer desaparecer nada sino el apreciar los movimientos de los dedos y las manos. Cuando no tenía nada entre las manos no paraba de rascarse con movimientos rápidos. Se tocaba la frente y rápidamente bajaba la mano a la barbilla y se tiraba de los pelos de tres días, y de repente bajaba una mano y subía la otra hacía la oreja y acababa haciendo novillos con los mechones de su cabello. Le faltaba pelo en algunas zonas de la cabeza, se lo arrancaba en pleno frenesí y tenía marcas rojizas en la frente, mejillas y cuello de tanto roce de sus dedos. Tenía unas manos delgadas y dedos largos, con las yemas endurecidas y uñas minúsculas y con filo de sierra y llenos de heridas. Le sangraban las uñas. Eran su comida todos los días. Muchas veces iba con gorro de lana para taparse las heridas de la cabeza y guantes para evitar rascarse y morderse los dedos. Aún así los guantes al poco tiempo dejaban sus dedos desnudos y el gorro lo perdía o se lo robaban. Caminaba con dificultad, un accidente con una máquina le dejó la pierna derecha destrozada. Nunca hizo lo que los médicos le dijeron y nunca cobró nada por aquello. En una ocasión dijo que aquel accidente le salvó la vida y por eso no se siente desgraciado. Pero la verdad es que es un desgraciado y la vida que tiene no es mejor que la muerte de la que se salvó.

Pitt salió del local quejándose por la cuenta, siempre lo hacía, costara lo que le costara se quejaba. Su despedida siempre era un hijoputa así te gastes todo en tu funeral. El dueño del local ya estaba acostumbrado y, aunque no le hacía gracia, no le decía nada porque al rato volvía allí a beber. Hacía frío y Pitt se subió el cuello de la chaqueta vaquera que encontró un par de días antes al lado de un contenedor. Esta era mucho mejor que la anterior. La última que encontró estaba agujereada por los ratones. Esta era mucho mejor, si, tenía los bolsillos intactos y podía guardarse en ellos los guantes y el gorro y los trapicheos, pero no era demasiado buena para el frío, y tenía que forrarse con papel de periódico el interior para mantener el calor corporal. Lo vió en una película hacía unos años, cuando un gobierno local decidió poner en marcha de nuevo el cine de barrio al aire libre. Pitt lo hacía todo al aire libre menos beber. No le gustaba estar demasiado tiempo entre cuatro paredes y solo lo toleraba cuando debía resguardarse del duro invierno y si iba muy borracho. Seguía maldiciendo a los chiquillos que le robaron el gorro la última vez, se le estaba enfriando la cabeza, y se paró en un contenedor a revolver en busca de algo que hiciera de gorro. Tuvo suerte. Encontró una bufanda palestina y una gorra de coca-cola.

Pitt solo tenía un amigo, Pablo. Pablo le dejaba de vez en cuando algo de dinero y sabía demasiado bien que no se lo devolvería. Se conocían hacia tiempo, desde el colegio. Una vez hablé con Pablo sobre Pitt y me dijo que no siempre había sido así. Antes era bastante normal, pero que a saber, se metería en drogas o cosas de esas y así acabó. Pablo le perdió la pista después del instituto y lo vió durmiendo la mona un día al lado de unos contenedores, Pablo se acercó porque le pareció ver sangre y lo reconoció. La sangre era de un animal muerto que le hacía de almohada. Lo habrían atropellado, o lo habría matado el propio Pitt para estar más cómodo. De todas formas Pablo no lo dejó allí y llamó a una ambulancia para que lo atendieran. Pitt tuvo los mejores cuatro días de su vida con total atención. Al quinto día desapareció del hospital. Pablo le había dejado en el pantalón su tarjeta, y al cabo del tiempo Pitt le llamó. Ahora le llama de vez en cuando si necesita dinero. Pablo le propuso un trato, solo le daría cierta cantidad durante cierto tiempo y si se pasaba, si le llamaba tan solo, ya no le dejaría nada. Pitt lleva bien las cuentas.

Pitt no tenía dinero, necesitaba ver a Pablo pero ahora estaba fuera, de viaje o algo así le dijo. No te preocupes que cuando vuelva te busco. De eso hacía ya dos semanas. Y Pitt tenía aún dolor de espalda del golpe que le había dado aquel monstruo. No lo conocía demasiado, sabía que le llamaban Charly, pero estaba seguro que su nombre era tan falso como el de Pitt. No demasiado, pero lo suficiente para saber que no era trigo limpio. El fin de semana anterior coincidieron en un local, Pitt estaba ya borracho, iba y venía de mesa en mesa mendigando unas monedas para alcohol. Charly le hizo una señal con la mano para que se acercara. Pitt se acercó sonriente con los ojos medio cerrados. Charly vió los dientes de Pitt, un destrozo. No había visto una boca más imperfecta en su vida y dijo un comentario sobre ello que acabó con la carcajada de toda la mesa. Charly le dijo que si se arrancaba una muela allí mismo, delante de ellos, le pagaba todas las copas que pudiera tomar esa noche. Pitt le dijo que estaba borracho pero no gilipollas y se marchó dando tumbos. Al salir del local vieron a Pitt trapicheando con un par de chavales y Charly se le acercó y le dió una palmada en la espalda. Era su saludo habitual acompañado de ese Pitt que tal estás tan estruendoso como la palmada. Ya era por lo menos la vigésima vez que se lo había hecho, desde que se conocieron hace ocho meses en una mala noche siempre le hacía lo mismo. Charly le pregunto con que trapicheaba y le hizo un encargo. Pitt le pidió dinero por adelantado y Charly aceptó refunfuñando. Tardará una semana. Lo necesitaba antes, y le dió tres días.

Pitt trapicheaba con drogas de mala calidad y poco volumen, lo justo para comer decía cada vez que le paraba la policía. ¿Que tal el trabajo Pitt? Bien, tengo lo justo para comer. Le cacheaban y lo que le encontraban lo tiraban o se lo metían delante de sus propias narices. Nunca le detuvieron ni fué a la cárcel. Igual allí habría estado mejor. A veces hacía de chivato, y cuando le cacheaban les recordaba que el también era un funcionario. Tratadme bien o me quejaré al comisario Marín. Muchas veces les hacía gracia y le dejaban ir con la mitad del material, y otras veces hasta le daban unas monedas sueltas para que se tomara un trago. Charly era uno de ellos, por lo menos eso sospechaba Pitt, por eso no le hacía ni puta gracia el encargo del amigo. La primera vez que Charly le propinó su saludo le cogió del cuello bromeando con una especie de llave de artes marciales. Le recordó a una vez que opuso resistencia a la policía un día que se había metido de todo. Desde entonces cada vez que se le acercaba le olía a bofia.

Pitt pensaba en lo que le dijo Charly. Mañana quiero noticias. Ese cabrón le daba bastante miedo y eso era raro en Pitt. Pitt no tenía miedo a nada ya. Hacía tiempo que sus monstruos superaban la maldad de todos los que se habían inventado en la historia. Pero Charly era diferente. Apestaba a maldad. Pitt se sobrecogía cuando se le acercaba al oído mientras le sujetaba la cabeza. Charly tenía unas manos enormes, y cuando acercaba la cabeza de Pitt con su mano para hablarle al oído abarcaba toda la cara. Le tapaba el oido con su mano y sus susurros se amplificaban dentro de su cabeza y se convertían en ecos que seseaban en el interior de su cerebro. Charly sabía todo eso. Sabía muy bien lo que hacía. Sabía tratar a esa gentuza.

Pitt ya hacía dos días que tenía el encargo de Charly pero no se lo quería dar aún. No comprendía el encargo. Sentía curiosidad. ¿Por qué un tipo como Charly le había pedido tal cosa? Era bastante normal que Pitt hiciera de mensajero, de camello, y que le hicieran encargos de todo tipo. Así es como se ganaba la vida. Una vez le encargaron llevar un paquete a unas oficinas del centro, en cuanto salió del edificio entró en una cafetería de enfrente y dando el primer sorbo de cerveza llegaron decenas de coches de la policía. Se acabó la bebida de un trago y salió disparado. Otra vez le encargaron que comprara un tipo de armas. Tardó un par de días y las dejó en el sitio donde habían quedado. Tuvo que esperar en la oscuridad para asegurarse que las recogían los que le habían pagado. Pitt era un desgraciado pero en ese mundillo era de fiar. A veces decía, si existe, lo encuentro.

Pitt miraba el reloj del local del hijodeputa que se gastaría todo en su funeral. Era muy tarde, y no le quedaba mucho tiempo. En unas horas tendría a Charly maldiciéndole al oído y reclamándole su encargo. Extrañamente Pitt aún estaba sereno. La sequedad de su garganta no le permitía ni blasfemar. No le apetecía beber. Pasaba el dedo una y otra vez por el borde dibujando el círculo de la jarra. La levantaba y miraba el círculo mojado de la barra. La volvía a bajar. Le hizo un gesto al dueño del local para que se acercara.
¿Qué pasa Pitt? ¿No te emborrachas hoy? – Le dijo el dueño con semblante serio.
Eh... ¿Tienes un cigarrillo? – Le dijo entre titubeos.
Ahí tienes la máquina, Pitt. – Le dijo señalando la entrada del local.
Solo quiero uno…
Pues yo no fumo y no voy a comprar un paquete para darte uno.
Pitt abrió la boca pero solo dejó escapar un resoplido. El barman esperaba algún insulto pero tras unos segundos nada dijo. El dueño del local se dirigió a la caja y después de unos bips sonó una campanilla que indicaba que se abría el cajón de la maquina registradora, cogió unas monedas y se dirigió a la máquina expendedora. Sacó un par de cajetillas, una de tabaco negro y otra de rubio. No sabia lo que fumaba Pitt, ni le importaba. Se las dejó al lado de la cerveza cuando pasaba junto el. Una vez dentro de la barra miró a Pitt, el también le miraba aún con la boca entreabierta.
Cerillas, ¿no? – Dijo el barman.
Pitt asintió con la cabeza dos veces y en la segunda se quedó cabizbajo. El barman se las llevó y desapareció por el fondo de la barra mientras pasaba un trapo a una botella. Pitt abrió las dos cajetillas, sacó un cigarrillo de cada una y los puso de pie en la barra con el filtro haciendo de base.
¿Cual fumo? – Dijo en voz baja.
Cogió el cigarrillo rubio y le quitó la boquilla. Se lo puso en la boca y prendió una cerilla y pegó una larga calada. Mientras aguantaba el humo en sus pulmones miraba como se consumía la cerilla. La apagó soltando todo el humo de golpe. Se bebió la cerveza de un trago y se metió en los bolsillos de la chaqueta vaquera las cajetillas de tabaco y las cerillas. Volvió a dar una gran calada al cigarrillo sin boquilla y soltó todo el humo mientras caminaba hacia la puerta. Iba dejando una nube de humo a su paso y se perdió entre el.
Gracias. – Murmuró mientras salía del local.

Pitt no había llegado aún. Eran más de las doce del mediodía y no estaba en la barra. El dueño del local pasaba el trapo a las jarras de cerveza vacías que colgaban del estante. Estaban limpias, pero al tipo le gustaba tenerlas relucientes. Eran jarras con nombres de cervezas de importación de Irlanda, Reino Unido, Australia, Bélgica, Alemania… Pero solo tenía dos o tres clases de cerveza en su local. Mientras les pasaba el trapo entró Charly, iba mirando a todos los lados buscando a Pitt.
Buenos días. – Le dijo al barman mientras arrastraba de forma ruidosa un taburete hasta ponerlo enfrente del barman.
Buenos. – Le contestó el dueño del local.
Oye, ¿has visto a Pitt? – Preguntó Charly.
El barman abrió la boca pero fue interrumpido por un buenos días un poco cantarín y alegre. Era Pablo.
¡Hola Carlos!, ¡hola Alberto! – Dijo bastante contento Pablo.
¿Habeis visto a Pitt? – Prosiguió.
Eso mismo he preguntado yo a Alberto… - Dijo Carlos. Ese cabrón me tiene que dar una cosa que le pedí y que le pagué por adelantado.
Ya te dije que a el no se lo tenías que pedir. Eres un idiota. – Le dijo Pablo mientras lo señalaba con el dedo en tono amenazador.
¡Tu estabas fuera! ¿Qué coño querías que hiciera? – Replicó Carlos.
¡Esperar! – Gritó mientras daba un golpe en la barra.
Pues creo que vais a esperar en vano. – Dijo entredientes Alberto.
¿Tu que cojones sabes? – Le increpó Pablo.
Solo se que se fué sin pagar el muy cabrón. Con dos cajetillas de tabaco. – Ese no vuelve.
Igual vuelve hoy y te paga, no seas tan llorica. – Dijo con tono burlón Carlos.
No, no es por eso. Es de cómo se comportaba. – Cogió un poco de aire y apoyó las dos manos en la barra.
¿Qué hacía? ¿Dijo algo? – Se interesó Pablo.
Eso mismo es… no hizo nada ni dijo nada. Casi no se movía. No hablaba solo ni blasfemaba. Estaba muy raro.
Ponme una cerveza anda. – Le pidió Pablo.
Callaron todos un momento hasta que Alberto sirvió cerveza a Pablo y Carlos. Se sirvió una también para el.
¿Cuanto le diste? – Preguntó Pablo a Carlos.
Todo… - Dijo casi inapreciablemente Carlos.
¿Todo? ¡¿Todo?! – Gritó lleno de ira Pablo.
La habeis cagado chicos. – Dijo Alberto.
Yo no la he cagado Alberto, ha sido el idiota este… debería…
¿Debería? – Interrumpió Alberto. Lo que no debería haber confiado en ti. – Prosiguió Alberto. Ya te dije que no me parecía buena idea meter a ese desgraciado en esto.
Era amigo mío.
No hay amigos en el negocio Pablo.
Si no aparece yo os devolveré el dinero. – Dijo Carlos.
Tu ya has hecho bastante. Es la tercera vez que la cagas. – Le respondió Alberto. Lárgate de aquí y no vuelvas. – Le dijo mientras señalaba la puerta.
Carlos salió apresuradamente del local intentando ponerse la parka mientras salía.
Y tu ya sabes que tienes que hacer.- Le dijo a Pablo mientras le señalaba.
A Pitt… es mi amigo…
A Pitt déjalo. Pitt es un chico listo. Yo hubiera hecho lo mismo que él. – Dijo Alberto.
¿Entonces? – Balbuceó Pablo.
Entonces lárgate tu también. – Le dijo Alberto mientas señalaba la puerta.
¡Oye! – Le gritó Alberto antes de que saliera por la puerta.
¿Si?
A ver si esta vez estas más fino. La última vez me costaste dos semanas de hotel. – Le dijo mientras sonreía. – O habrá que enderezarte como a Carlos ahora.
A Pablo le sonó aquello como una amenaza inminente. Realmente lo era. Mientras caminaba hacia su coche vió de lejos a Carlos y pensó que era mejor acabar cuanto antes. Subió al coche y se puso a la altura de Carlos. Carlos, al ver la cara de Pablo lo comprendió todo y comenzó a correr. Inexplicablemente Pablo frenó en seco. Se encendió un cigarrillo y pensó mientras se consumía en su mano que pasaba del tema. Así de simple. No quería verse involucrado en nada. Estaba harto de todo el negocio. Harto de perseguir, extorsionar y menospreciar la vida de los demás. Puso de nuevo en marcha el coche y se puso a conducir hacia a saber donde.

Pitt hace semanas que no aparece. Y hace días que busco a esos otros dos hijos de puta.

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